A pesar de haberse retirado los efectivos COVID -entendidos como cupos extra de profesorado para luchar contra la pandemia- y haberse decretado su “gripalización”, sus huellas persisten en nuestra sociedad, especialmente en aquella más vulnerable. La pérdida de contacto con sus iguales, debido al cierre de las escuelas y la imposibilidad de hacer ejercicio al aire libre, en primer término, más el confinamiento y las medidas de prevención de los contagios posteriormente, obligaron a jóvenes y adolescentes a romper rutinas y limitar los contactos sociales; situación que desembocó en un aislamiento, una individualización y un uso excesivo de la tecnología. La consecuencia ha sido el aumento de los trastornos de la salud mental en edad escolar englobados en 2 grandes vectores: trastornos de la conducta alimentaria y adicciones relacionadas con los videojuegos y redes sociales.
Los trastornos de la conducta alimentaria se han incrementado en estas edades en torno al 20% -más en chicas que en chicos- ya que la pandemia eliminó la posibilidad de pasar el primer filtro preventivo: la tutorización en escuelas e institutos por observación directa de algunos comportamientos indiciarios. La detección y abordaje precoz tanto en los centros educativos como en la atención primaria -totalmente colapsada- llevó a la directa hospitalización en no pocos casos. La adicción a los videojuegos, atrapa ya a más del 3% de los adolescentes -más a los chicos que a las chicas- siendo considerada ya una enfermedad mental crónica y recurrente, que afecta a todas las esferas del individuo. Suelen tener en común estos desajustes mentales: bajos niveles de bienestar emocional; reducida integración social y satisfacción con la vida; inestabilidad; irritabilidad; cambios de humor; tristeza; bajo rendimiento académico; ataques de ansiedad; depresión y en casos extremos comportamientos autolíticos. En el caso de la ansiedad y depresión, se han multiplicado por 4 desde la llegada del COVID.
Como suele ser habitual, aquellos hogares socioeconómicamente más desfavorecidos, han mostrado más del triple de probabilidad de sufrir trastornos mentales y/o de conducta. Conviene acudir a la definición de salud de la OMS: “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Apostamos desde STEs, por tanto, por unos servicios públicos con una dotación suficiente, que constituyan un bien social, un apoyo básico para una sociedad que pretenda un cierto grado de bienestar para toda su ciudadanía. Ahora toca asignar los recursos necesarios, profesionales con la preparación necesaria para acometer este nuevo desafío y estar a la altura de las circunstancias.